Monday, October 30, 2006

LAS MURALLAS DE TEODOSIO


LA TRIPLE MURALLA TERRESTRE

Constantinopla poseía las murallas más formidables que ciudad alguna haya tenido jamás. Rodeaban por completo a la urbe, en un largo recorrido de casi veintidós kilómetros. Mientras que las fortificaciones que enfrentaban el Mar de Mármara –la Propóntide– y el Cuerno de Oro –la ría y puerto de la capital– eran una única lámina almenada, jalonada por torres de planta rectangular, el segmento terrestre estaba conformado por una muralla triple, inexpugnable. Los asediadores debían vadear un profundo foso tras el que se alzaba una pequeña almenilla usada por los arqueros; superada esta primera defensa se hallaba la segunda muralla, y, tras ésta, otra más, de superior altura y extraordinario grosor. Curiosamente, el hecho de que las defensas de La Ciudad fueran tan poderosas, resultó contraproducente. Las cortes europeas, los Estados italianos y el propio Pontífice romano jamás creyeron que Mohamed II lograra penetrar en la capital. Los refuerzos enviados llegaron demasiado tarde...

JENÍZAROS

LOS JENÍZAROS, UN CUERPO DE ÉLITE

Constantinopla fue asediada por un gran número de tropas. Al ejército regular del sultán se sumaban mercenarios, basibozuks, contingentes balcánicos, renegados de múltiples nacionalidades, unidades de caballería y la élite de sus fuerzas: los imbatibles jenízaros, formidables soldados, provistos de excelente armamento. Se tocaban con un alto sombrero de piel y tela, llamado fez; nunca retrocedían en el combate, cuando uno caía, otro ocupaba su lugar. Mucho se ha especulado acerca de la procedencia de los jenízaros; lo cierto es que el cuerpo se nutría de niños cristianos arrebatados a sus familias. Se les educaba en Adrianópolis en la fe islámica y se les adiestraba en el uso de las armas y en la obediencia ciega al sultán. Paradojas del destino: la gran ciudad cristiana sería tomada, por tanto, por fieros soldados que un día, ya olvidado, habían recibido el sacramento del bautismo.

Sunday, October 29, 2006

MOHAMED II

EL SUEÑO DEL SULTÁN

Mohamed II, hijo de Murad, acarició el sueño de conquistar Constantinopla desde temprana edad. No era un empresa fácil, La Ciudad había resistido innumerables asedios. Su propio padre había fracasado ante la formidable triple muralla terrestre años antes. Cuando ciñó la corona dedicó todos sus esfuerzos a tal fin. Al frente de un inmenso ejército puso sitió a la urbe. El concurso de la artillería –en especial varias bombardas gigantescas forjadas por un ingeniero llamado Urbano Messer– y de su flota resultó decisivo. Durante más de cincuenta días todos sus intentos resultaron inútiles. Una serie de lamentables errores y pérdidas –una poterna abierta en la zona próxima a Blaquernas, la Kerkoporta, y la muerte del condottiero genovés Giovanni Giustiniani, que luchaba en el Mesoteichion– decantaron la balanza a su favor. La Ciudad fue entregada al saqueo y al pillaje. El sultán penetró al tercer día y se encaminó hasta Santa Sofía. Se dice que penetró a caballo en la basílica. También parecen ser históricas las palabras que pronunció al ver la devastación reinante: ¡Qué gran ciudad hemos entregado al saqueo y la destrucción!

El último emperador

CONSTANTINO XI PALEÓLOGO

La imagen corresponde a Constantino XI Paleólogo Dragases, último soberano del Imperio Romano de Oriente. Reinó un total de cuatro años, cuatro meses y veinticuatro días. Se negó a entregar Constantinopla, La Ciudad, al sultán otomano Mohamed II. Al frente de un reducido número de ciudadanos griegos y contingentes genoveses, venecianos, napolitanos, cretenses y catalanes defendió la milenaria ciudad hasta el fin. Fue visto por última vez luchando en la murallas de San Romano. Existen multitud de leyendas acerca de su destino final. Entre ellas la que refiere que fue sacado por un ángel del fragor de la contienda. Lo cierto es que murió junto a su primo, Teófilo Paleólogo, y sus inseparables amigos, entre los que se hallaba Don Francisco de Toledo, caballero español.
La historia le recuerda como al Emperador Inmortal.

Constantinopla, la reina de las ciudades


LA MILENARIA BIZANCIO

Un grabado, posterior a la caída de La Ciudad en 1453, que permite hacerse una idea bastante exacta de las dimensiones de la otrora primera urbe de la cristiandad. Constantinopla llegó a albergar a casi un millón de ciudadanos en sus días de apogeo. Rodeada por unos veintidós kilómetros de almenas y torres, poseía, en el flanco de la Propóntide, Mar de Mármara –a la izquierda–, muchos pequeños puertos privados, pertenecientes a familias nobles o acaudalados. A la derecha se dibuja el Cuerno de Oro, que era el puerto comercial y militar de la capital. Al otro lado de esa ría se distingue una pequeña ciudadela extramuros: es Gálata, o Pera, colonia comercial genovesa.


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